Día de la Madre 2025



Viernes, 09/05/2025

Iba a ir a yoga, pero no fui. Estaba atareada: hacer la cama, lavar los platos, preparar el cooler con la carne congelada —chorizos, morcillas y una tira de chancho— y algunas verduras para la ensalada.

También tuve trabajo: debía emitir dos pasajes a Roma para un escritor que conozco. No pude ir el día anterior a la presentación de su nuevo libro, lo lamenté.
Salí corriendo al banco, y después pasé por Western Union para enviarle dinero a mi hija, que vive en el extranjero. La señora que me atendió ya me conoce, me atendió rapido.

Al volver a casa, salimos con los chicos a buscar a mi esposo a su trabajo. Tras manejar lentamente durante cuarenta minutos —para hacer tiempo— nos esperaba en la huaca que está cerca.

Se subió al auto, sentándose atrás con mi hija. Me sorprendió ver todo el camino bastante limpio: sin mendigos, sin basura, sin perros callejeros.
Paramos en un grifo, llenamos el tanque, y seguimos rumbo al Metro de Chaclacayo. Compramos agua y snacks, que comimos durante el camino.

Nos tocó el bungalow 21, frente a las canchas de tenis. Jugamos dos rondas de Rummikub, al terminar fuimos al restaurante y cenamos pizzas a la leña.
Después jugamos "basquelín", como dice mi hijo. Aprendieron a jugar quinela, que a mí me encanta.
Regresamos al bungalow y nos fuimos a dormir.


Sábado, 10/05/2025




El vecino del bungalow 22 vino a tocar la puerta.

—¿Ustedes hicieron un pedido al restaurante? Nos han dejado una jarra de jugo de naranja, mantequilla y pan.

—Sí, ya voy a recogerlo —le dije, mientras me ponía una casaca.

Cuando llegué, el hombre me miró con desconfianza.

—¿Cuántos panes ha pedido?

—Ocho —respondí.

Abrió la bolsa de papel y contó solo cuatro. Le expliqué que había pedido cuatro ciabattas y cuatro de yema. No sabía por qué faltaban los de yema; tendría que llamar al restaurante.

Él seguía inspeccionando la bolsa, así que le dije:

—¿Quiere uno?

Cerró la bolsa de inmediato y me la entregó, sin decir nada más.

Desayunamos en la terraza, viendo a los jugadores de tenis. Los chicos seguían durmiendo; se acostaron a las cinco de la mañana. 

Fui al gimnasio e hice tres rondas con las máquinas de pesas, mientras escuchaba un podcast de turismo. Al regresar, Franco acompañaba a los chicos al desayuno. Me bañé y salimos a las 11:30 a tomar sol en la piscina.

Henry, el mozo que ya conocemos, nos trajo dos Bloody Marys y dos leches de tigre para los chicos. Gabry dormía, Franco y Joaco hablaban sobre posibles carreras, y yo leía El pez en el agua, de Vargas Llosa.

La piscina estaba fría, pero pensé: "¿Cuándo tendré otra oportunidad de disfrutar esto?" Me metí y nadé como rana para no mojarme el pelo.
Por primera vez, la piscina estaba llena de gente. Una familia con tres hijos, abuelos con wetsuits, etc...

Almorzamos espaguetis al pesto, tequeños, anticuchos y chicharrón de pescado. Luego ellos se fueron a jugar vóley y básquet, mientras yo seguía leyendo. A las cinco, los empleados comenzaron a colocar los sillones para el cine al aire libre.

La pantalla gigante ahora estaba al lado de la pizzería. La película era Sonic 3, para niños. Pedimos canchita y nos sentamos en una mesa junto a la piscina, donde las luces del cerro se reflejaban en el agua.

Después entramos al salón principal para jugar billas (soy pésima). En el comedor de al lado, unas niñas habían estado cantando karaoke y dejaron el micrófono libre. Corrí a cantar. Me acompañaban dos personajes, el Pato Donald y Tribilín.

No paré de reírme. Si la canción era triste, los muñecos se tiraban al suelo, golpeándose la cabeza. Si era romántica, se abrazaban. Si yo desafinaba, el Pato Donald salía corriendo por el pasillo, tapándose los oídos.

Me invitaron un pisco sour para soltarme. Las canciones de Hombres G fueron las que mejor me salieron. Mis hijos, muertos de vergüenza. Unos niños pequeños se acercaban de vez en cuando, y les cedí el turno.

Caminamos todos juntos al bungalow, pero paramos a jugar ping-pong. Hicimos parrilla y terminamos el día jugando "dudo".


Domingo, 11/05/2025 – Día de la Madre



¡Feliz día, mamá! Recibí besos y abrazos de mis hijos. Mi hija mayor me llamó. No hablamos mucho porque justo aparecieron unos mariachis cantando.

Ese día hicimos la parrilla, la bajo la sombra de los eucaliptos. El viento movía las ramas al ritmo de la música clásica que sonaba en el celular de mi esposo.

 

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