CADENA DE FAVORES
Katia, nos invitó a pasar el fin de semana en la
exclusiva playa Kentia, ubicada en el km 70 de la Panamericana sur. La casa en
la que nos hospedamos estaba bien distribuida, con un dormitorio en el primer
piso y tres en el segundo. La playa cuenta con un área de clubhouse con
restaurante, piscina y bodega.
A pesar que habíamos acordado salir a las 9 de la
mañana, mi esposo tuvo que trabajar y salimos al mediodía. Franco, entró al Plaza
vea a comprar bebidas. Mientras esperábamos en el auto (mis hijos y yo), se
acercó un chico que vendía caramelos (10 años aprox.) de piel morena, pelo
castaño y ojos pardos y me preguntó qué estaba haciendo con el periódico. Le
explique cómo jugar al sudoku y le di un lápiz y se lo regale para que pudiera
intentarlo.
Después listos para retomar el camino al sur, el
auto no prendió debido a un problema con la batería. Nos sentíamos frustrados, debíamos
resolverlo sin perder tiempo. Pregunté a los señores que estaban en un camión
cercano si tenían cables para cargar la batería, me dijeron que no, pero me
señalaron unas señoras un poco más allá tenían el mismo problema que nosotros. Me
acerque y pedirles sus cables, la señora que inicialmente se negó a prestar sus
cables, luego accedió, cuando le explique que cuando mi auto prendiera, las ayudaría
a ellas. Un hombre que se estacionó cerca de nosotros, nos ayudó a poner los
cables en mi auto y finalmente pudimos devolverles el favor a las señoras y continuar
el viaje. A pesar de los contratiempos, nos sentimos agradecidos por la cadena
de favores que se formó.
En la playa, disfrutamos de la compañía de amigos,
piqueos y bebidas. Nos relajamos, caminando por el malecón, disfrutamos de las
vistas y sonidos del mar.
Aunque hubo un momento de nerviosismo cuando nuestros
hijos fueron a una fiesta en el km 97, todo salió bien y regresaron felices. El
domingo emprendimos el regreso a las seis de la tarde y nos esperaban tres largas
horas de camino a casa.
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