El señor del café y La tía Elena



La familia Paz, fue a visitar a la tía Elena a La Punta, Callao, donde vive.

Salieron a caminar, los niños corrían y jugaban a no pisar las rayas de la vereda, por el malecón se acercaban dos señores que jalaban un gran bote que estaba encima de un carrito con ruedas. El bote era de color azul con la imagen de un tiburón abriendo la boca y comiéndose a una persona.

La tía Elena, muy acostumbrada a conversar, les pregunto:

-          Me podrían dar un paseo en bote?

Ellos se rieron, y el señor que estaba mas adelante,  le dijo:

-          Si, pero va a tener que pagar con especies,  se rió y agregó

-          y sí mi mujer, me lo permite…jajaja

-          Hay los hombres!!, manejados por sus esposas, dijo la Tía Elena.

Los hombres se miraron y se quedaron interesados  por tal respuesta, no se lo esperaban y querían saber si ella, era viuda o separada. Ella les dijo

-Soy soltera

-ah , ok.

-          De donde es Ud. que tiene un dejo que no es de acá?

-          Soy de California.

-          Acaba de enviudar, y se llama Ernesto, dijo su amigo.

Ernesto tenía una barba blanca, collares de cuentas grandes color azul y le preguntó a Elena

-De que planeta has salido?

- hay no me haga reír, y ella siguió su camino.

El verano se alejaba y la familia Paz regresó a visitar a la tía Elena. La tìa se quejaba de dolores articulares, contrato a una enfermera para que le haga masajes y la ayudara.

Vivia con siete gatos y un perro. Tiene una hermosa casa de un piso, pintada de color naranja, en la entrada un pino alto que se eleva hasta el cielo, además de las varias macetas con plantas y flores.

En el frontis de la casa está escrito “Villa Elena”, sus abuelos construyeron una quinta con cuatro casas, una para cada uno de sus nietos, y ella la conservó para disfrutarla cuando sea mayor.

 La reparó toda, cambió los techos, las cañerías, compro puertas, ventanas, y la decoró al detalle con mucho estilo con muebles de diseño y buen  gusto.

 La fotografía de sus abuelitos la tiene colgada en la entrada, a los cuales siempre saluda y agradece apenas ingresa.

Eran casi las cuatro de la tarde y no habían almorzado, compraron en la panadería de la esquina Panarello, panes con aceituna y lasañas de carne.

Al terminar, Gabriella que estaba empezando a aprender a manejar su bicicleta, dijo para ir al malecón a practicar.

-trata de mantener el equilibrio, sigue por la línea del centro de la vereda, dijo su mamà.

Gabriella se reía y a veces se rascaba la nariz y su mamà le decía:

-no sueltes el timón, agárrate fuerte.

Gabriella estaba feliz, su mamà también, llegaron hasta el final del malecón, donde se encuentra el centro naval, de donde salía una música de fiesta, en la entrada dos marinos cuidando la puerta.

-buenas tardes, podemos entrar a conocer? Dijo la mama de Gabriella.

-no, es con invitación y ya ha terminado.

-ah, qué pena. Y se dieron media vuelta para encontrarse con el resto de la familia.

Joaquin estaba sentado en los hombros de su papà, alzaba los brazos, simulando ser una gaviota.

Bianca se paró en uno de los tres podios y trataba de mantener el equilibrio, y se quedo buen rato sin moverse parecía una escultura.

La tía Elena era la fotógrafa oficial, tomaba muchas fotos con su nueva cámara, que le regaló su hermano Rodolfo. Él vive en Estados Unidos con su esposa y sus cuatro hijos.

Viene cada año a celebrar el cumpleaños de su hermana.

Se hizo de noche, la luna llena y las estrellas los observaban, no hacia frio, se sentaron en uno de los bancos de madera a descansar, veían hacia la playa, las luces de los barcos se reflejaban en el agua y el sonido de las piedras que el mar arrastraba, era relajante.

Joaquin se fue a la glorieta a tirar las piedras al mar y pedía un deseo con cada una de ellas.

Venia por el malecón Ernesto, en su bicicleta. 



La tía Elena, no lo reconoció, ella tenía su cámara en mano y le tomó una foto, como él no paró, ella  dijo:

-Ah, ni se dejado que le tomen la foto.

Él al escuchar esto, diò media vuelta, y posó. Contó que vende café, pero no cualquier café, uno especial, uno mágico, que cuando lo tomas, rejuveneces, y que podría hacer cosas que nunca antes hayas hecho.

Tenían que probar ese café, y quedaron para el día siguiente a las doce del mediodía, en Villa Elena, él sabia donde era, porque estaba en la avenida principal de La Punta. Se despidieron.

Llegaron a la casa, tendíeron las sabanas para quedarse a dormir y fueron a la sala a leer alguno de los libros que tenia en el estante de madera.

En la noche, la tía invitó la cena en la cafetería, los mellizos de postre comieron “pañuelos”, rellenos de manjar blanco, les dio tanta energía que se pusieron a jugar a adivinar películas.

Bianca durmió en el escritorio, donde hay un sofá cama, las ventanas están tapadas con maderas , y la habitación quedaba a oscuras, en la noche reina el silencio.

Al día siguiente, Gabriella fue la primera en despertar, ayudo a su mamà a hacer panqueques de avena.La mesa ya estaba puesta para el desayuno, la Tía Elena, ya estaba lista y emocionada.

Los Paz, sacaron el Kayak del garaje, lo subieron a la tablita y lo jalaban con una pita hasta el malecón, luego ya lo cargaban en las piedras y se metían al mar , les gustaba remar.  Pasaban frente al restaurante del Yacht Club, las lanchitas  salían de allí y trasladaban a la gente a sus Yates, algunos tenían nombres El Corsario o El Pescador.

Era un día caluroso con sol, el mar era una piscina, calmo, nada de olas.

Regresando a la orilla, se zambullían en el mar helado, después pasaban a la piscina que estaba en el muelle.

Una vez en la casa, se encontraron con Ernesto, sentado en la sala, conversando con la tía Elena. Sacó de su maletín una cafetera y preparó café, un delicioso aroma inundo la casa, buen sabor y compartió  sus historias de aventuras por el mundo. El tiempo se detuvo y él le pregunto:



-          bailamos? y ella sonrió.


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